Leyendo entrelíneas, no todo es desilusión para la comunidad católica gay. Del recién concluido Sínodo de la Familia se desprende, por un lado, una instrucción clara hacia el respeto y la inclusión, y por el otro, se ratifica la necesidad de contextualizar la aplicación de los principios, lo cual no solo afectaría la situación del laicado homosexual sino la de otras comunidades católicas marginadas que, aun compartiendo los mismos dogmas fundamentales, discrepan en la multiplicidad de unas prácticas disciplinares que están inevitablemente condicionadas por entornos específicos. Todos somos, como ya lo acuñó Ortega y Gasset, uno con nuestra circunstancia, y solo al salvarla a ella nos salvamos a nosotros… ¿y no es eso, al final, lo que está en juego?
Por Gitanjali Wolfermann @GitiW
“Al cristianismo le han pasado muchas cosas, y le van a pasar todavía más”, afirmó Julián Marías en su libro Sobre el cristianismo. El filósofo confesó que no era fácil ser cristiano en 1978, y que no iba a serlo en lo que quedaba de siglo. No se equivocó, transcurridos quince años de ese hito, las dificultades continúan. La razón, eso sí, parece ser la misma antes y ahora. “El núcleo de la cuestión es, a mi juicio, que el cristianismo tiende a no funcionar primariamente como religión, sino como otras cosas que también es (o puede ser): moral, ideología, interpretación de la realidad, principio de convivencia, fundamento de la sociedad, instrumento de poder”. Con 1254 millones de católicos en todo el mundo, que representan 17,7% de la población según cifras del Anuario Pontificio 2015, tal diversidad de aproximaciones es inevitable.
Entre las cosas que le están pasando actualmente al cristianismo, y específicamente al catolicismo, está el cuestionamiento de una parte del laicado hacia la actitud de la jerarquía eclesiástica hacia la comunidad gay. Y esa proporción de la feligresía no es nada despreciable: solo en los Estados Unidos, un estudio del Pew Research Center indica que 57% de los católicos está a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, y cuando la discriminación se hace por grupo etario, la encuesta revela que 70% de los católicos millennials –nacidos a partir de 1981- está a favor de la unión.
Concluido el Sínodo, las palabras del Pontífice revelan la plena conciencia del reto que es poner de acuerdo a 1254 millones de católicos cuyas circunstancias discrepan abrumadoramente. “Más allá de las cuestiones dogmáticas, claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia, hemos visto también que lo que parece normal para un obispo de un continente puede resultar extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado”.
Si bien la noticia que muchos esperaban en torno al tema del matrimonio eclesiástico igualitario no se produjo -al contrario, la Iglesia ratificó que dicho sacramento se circunscribe a la unión indisoluble entre hombre y mujer-, sí acotó que la discusión en relación a la realidad, o mejor dicho, a las realidades que rodean a la familia hoy día está lejos de concluir.
La clave: la intercepción entre dogmas y disciplinas
Tal y como lo expresó el papa Francisco, dependiendo del contexto, la comunidad de creyentes es capaz de demostrar los más variados rangos de aceptación hacia la homosexualidad per se; hacia el matrimonio entre personas del mismo sexo; hacia la adopción y conformación de una familia; e incluso, hacia el rol que pueden desempeñar dentro de la jerarquía eclesiástica, como lo demostró el caso del sacerdote Krysztof Charamsa, quien ocupó un cargo dentro de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano justo hasta el momento en el que anunció que era homosexual y mantenía una relación sentimental.
Entender la complejidad de la discusión en torno a la extensión de la participación de la comunidad gay dentro de la estructura católica, pasa por desentrañar cuál es el punto de intercepción entre los dogmas y las disciplinas, o dicho de otro modo, entre lo absoluto y lo relativo. “Ahí cabría una respuesta teológica y otra sociológica”, explica Jesús María Aguirre, sacerdote jesuita, doctor en Ciencias Sociales y destacado investigador en el ámbito de la comunicación social en América Latina.

“Desde el punto de vista teológico, incluso se habla de que el seguimiento a Jesús no es una religión, porque Jesús de alguna manera fue antirreligioso; Él seguía las prácticas judías pero no fue un sacerdote, era laico; por otra parte, la religión oficial lo condenó. Hay grupos católicos y evangélicos que sostienen que el cristianismo es ante todo una fe vinculada a la confianza y seguimiento del camino de Jesús; muchos cuestionan todo este aparato religioso que ha sido mediatizado por poderes políticos, históricos y culturales. Pienso en algo que solía decir el teólogo católico Anthony de Mello: «Dios creó la fe y el diablo las organizó», un poco para ilustrar que una cosa es la experiencia de fe, que tiene que ver con la dimensión mística de un encuentro personal con Dios, y otra el cuestionamiento de lo que llamamos las disciplinas religiosas”, describe Aguirre.
Ese, argumenta el sacerdote, es el meollo de la discusión. “El problema teológico que está de fondo, en definitiva, es quién ante Dios se salva o no se salva; y eso no lo puede decir una institución humana. A eso se refería el Papa con aquel «quién soy yo para juzgar a los gais», es decir, quiénes somos para hacer un juicio sobre la relación personal de otro ser humano con Dios”. En efecto, la posición oficial, de acuerdo con las palabras del Santo Padre al cierre del Sínodo, va justamente en esa dirección: “El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor”.
Ahora, desde el punto de vista sociológico, la realidad es que esa fe se vive y comparte dentro de una organización humana, con estructuras de poder particulares, con virtudes y perversiones. “El aparato disciplinario funciona con las lógicas humanas y con las desviaciones propias. Cuando analizamos la pertenencia a un grupo religioso encontramos de todo. Es como pelar las distintas capas de una cebolla, o dicho de forma más técnica, implica comprender los distintos tipos de pertenencia y adhesión. Naturalmente, acceder y pertenecer a la Iglesia católica implica la aceptación de sus dogmas –entendidos como la formulación operativa y funcional de pertenencia y adhesión a un grupo-, eso aplica no solo para contextos religiosos, sino inclusive para ser miembro de un partido político. Se supone que la persona acepta dichos principios, normas y reglas de adhesión”.
He ahí la línea fronteriza de la discordia: determinar la construcción del núcleo duro de los dogmas a los que es absolutamente imprescindible adherirse para llamarse católico; ahí es donde está la divergencia y la pluralidad, explica Aguirre. “Hay que distinguir el dogma de la parte disciplinar; hay cosas que no corresponden al núcleo dogmático duro del catolicismo, por ejemplo, el celibato del clero, que no es un dogma duro sino una norma disciplinar; tanto así, que Pedro era casado; dentro del mismo catolicismo hay comunidades que admiten el matrimonio de los sacerdotes, otras incluso admiten el divorcio. El giro que ha querido dar este papa es justamente relativizar las cuestiones disciplinares, que están muy condicionadas por lo cultural, y que vayamos al núcleo duro del dogma cristiano, cuyo pilar es la misericordia de Dios”.
Cada iglesia es un mundo
O visto de manera más precisa: cada iglesia es una comunidad interpretativa, apunta Aguirre. “Hay interpretaciones muy diversas sobre los textos del Antiguo Testamento sobre el tema de la homosexualidad, para argumentar, cada quien tiene una esquina en la cual atrincherarse ya que sí hay ambigüedad en ese aspecto. En el caso de la Compañía de Jesús, a la que pertenece por primera vez un papa, hay unas normas internas, pero el hecho de ser homosexual no es impedimento para pertenecer. En general, hay mucha prevención y su aplicación varía en flexibilidad dependiendo de la congregación. Ahora, en relación al matrimonio, esa unión, bajo ese nombre, solo se emplea para hombre y mujer”.
Aguirre equipara el actual cuestionamiento del laicado acerca de la disciplina sobre la homosexualidad con el tema de sacerdocio femenino. “A mí me parece que aún hay un bloqueo muy fuerte del núcleo duro, pero no se puede evitar que eso se plantee colectivamente porque en definitiva, la Iglesia no es una comunidad de subjetividades personales, si bien se respetan las opiniones de cada quien, sino una comunidad interpretativa esencialmente cultural, lo que hace factible encontrar en cada contexto reglas disciplinares distintas”.
Esa disparidad de criterios ha devenido, en no pocos casos, en realidades muy dolorosas para los católicos homosexuales. En otros casos, las reglas de la comunidad interpretativa han sido más favorables. Jonathan Reverón, periodista, escritor, guionista y director de cine, describe así su experiencia: “Estudié en un colegio católico maravilloso, buena parte de lo que soy se lo debo a la Asociación Venezolana de Educación Católica que subvencionó parte de mi educación en el Colegio Nuestra Señora de Las Mercedes. Allí, las monjas fomentaron y estimularon todas mis inquietudes artísticas: si quería hacer una exposición a través de una obra de teatro, me lo permitían; si quería animar la elección de la reina, lo mismo; llegado al quinto año les propuse fundar una radio y fue así como empezó mi carrera profesional”. A la fecha, esa carrera ha producido un exitoso largometraje –Don Armando, sobre la vida del gastrónomo Armando Scannone-, y está próximo a concluir un segundo documental sobre la gran dama del cine venezolano, Margot Benacerraf.
Una imagen del Sagrado Corazón de Jesús que reposa junto a una pequeña vela, le sirve a Reverón para evocar ese otro microcosmos interpretativo que es la familia. “Nada me liberó más en mi niñez que el ejercicio de la confesión. Tengo los efectos emocionales de la confesión marcados para siempre; jamás fui tan devoto y comprometido como niño con algo. Llegué a ir a misa todos los domingos por espacio de un año. Mi papá me llevaba a la iglesia de la parroquia Los Corales (donde vivíamos); yo entraba y él se quedaba afuera. Se decía comunista, nunca me confesó que era ateo. Casualmente acaba de visitarme, luego de una operación muy delicada que lo puso en una situación de riesgo importante. Cuando se montó en el carro junto a mi hermana dijo, «cómo no va a existir Dios, sin por fin después de tanto tiempo estamos los tres juntos». Mi hermana vino de visita, vive fuera del país”.

“Cuando el papa Francisco declaró aquel histórico: « ¿Quién soy yo para juzgar a los gais?»; me gustaría saber qué hubiese dicho un ateo como José Saramago, quien dijo [en el Evangelio según Jesucristo]: «El hombre es una moneda, le das la vuelta y ves el pecado». La religión católica también lo ha sido así, le das la vuelta y puedes encontrar el paraíso. La doctrina católica, liberal o conservadora, se encuentra cuando ambas luchan contra la animosidad personal. Mi día y mi vida están dominadas por un afán de diluir la niebla espesa de este desastre público”, describe.
“Algo tan simple como esos llamados «valores fundacionales de la Iglesia» nunca podrán ser rebatidos, casi todo el imaginario conductual que tenemos en occidente está macerado sobre la Biblia; esos los ejerzo sin que me contamine el capítulo de las prohibiciones que evidentemente escapan del sentido común. Yo no vivo en una eterna afirmación de mi fe, y hace tiempo que interpreto libremente los dogmas y doctrinas de la religión que me formó gratamente como bachiller. Creo que el Vaticano abre unos debates pertinentes y oportunos para salvar dos mil años de una tradición, que para bien o mal, ha sido protagónica de un período en el que la civilización le gana cada vez más batallas a la barbarie”, sostiene Reverón.
¿Hacia una comunidad de comunidades?
Aun con los progresivos avances legislativos en el mundo secular, la sociedad está lejos de alcanzar una visión estandarizada sobre la homosexualidad, si bien hay señales de apertura cada vez más claras. La discusión dentro de la vasta comunidad católica es sencillamente un reflejo de esa realidad. “Por supuesto, dentro de la Iglesia hay cardenales que no están cómodos con esa posición; la gracia de la Iglesia es justamente esa: la unidad dentro de la diversidad”, argumenta Ricardo La Fontaine, laico comprometido diplomado en Teología por la Universidad Católica Andrés Bello.
Esa diversidad abarca, cómo no, la interpretación que hasta ahora ha dominado la discusión sobre este tema, según la cual, si bien los católicos están llamados al respeto, la piedad y la misericordia, la Palabra define unos parámetros de conducta que no admiten negociación. “El pan se llama pan y el vino se llama vino. Las actitudes homosexuales no son católicas, en todo caso, forman parte de la naturaleza humana, y si un homosexual se hace católico tiene que saber que hay unas reglas; lo que Dios estableció en su Palabra es lo que es y hay una Biblia por cada habitante del planeta, o sea, que quien quiera leerla puede hacerlo perfectamente. El corazón de la Iglesia católica es la conversión, es decir, un cambio de actitud, renunciar a lo transitorio, a lo efímero, a los placeres vanos, vacío, por hacerse adicto a la virtud. Sí, el lado oscuro está y todos tenemos un lado oscuro, pero hay que establecer con toda claridad que la actitud homosexual no es precisamente cristiana ni bíblica. Las cosas que están prohibidas en la Iglesia, están prohibidas porque son malas, no al revés”, argumenta Alejandro Ramírez, reportero de negocios y católico practicante.
El sacerdote jesuita apunta que cada quien tiene su comunidad de tradiciones y pertenencias. “Quienes están en el núcleo dogmático duro tienden a ser rígidos con todas las adherencias culturales, pero las percepciones son muy distintas dependiendo del contexto. Yo tengo la impresión de que va a haber una permeabilidad muy grande con las transformaciones culturales en las iglesias en relación con esos registros de pertenencia. No sé qué pasará en el futuro, pero mirando atrás veo que muchas cosas que antes se tenían como inaceptables dentro de la Iglesia, han ido cambiando”.
Es evidente que tratar de suprimir la pluralidad de visiones raya en lo imposible, pero además, podría argumentarse que ésta, lejos de ser una amenaza, podría constituir la mejor estrategia de adaptación para una estructura religiosa acostumbrada a disposiciones monolíticas; más aún, cuando la unidad que la cohesiona recae sobre unos fundamentos inmutables, tan sólidos, que pocas personas, independientemente de su filiación religiosa, se atreven a cuestionarlos.
“La piedra de toque de la religión católica es esa frase de Jesús: no juzgar para no ser juzgados. Todos somos hechos del mismo Dios y no creo que nadie nazca mejor que nadie, ni más aventajado que nadie, creo que la sociedad sí impone una serie de taras desde la política y la economía que van frustrando y arrinconando a la gente a los laberintos del mal, de la degradación. Quién puede decir por qué una mujer llega a ser una puta de la Baralt y no una monja de la caridad, no lo sé, a eso se refiere ese no juzgar. Hay que ser piadosos siempre, y humildes, esa es la máxima lección de la Iglesia, la humildad”, defiende Ramírez.
“Del Sínodo no podíamos esperar tener una Iglesia gay, pero sí una Iglesia de acogida, donde todos tengamos una actitud distinta, que profundice en el amor, en el amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. El cristiano es un ser en movimiento, la Iglesia es un ente vivo. Qué somos los católicos, seres que pecan diez mil veces, y diez mil veces se arrepienten… el punto es cómo entendemos esto: si la persona lo toma seriamente hará un esfuerzo diario por no caer. Eso es la Iglesia, un sitio que acompaña ese proceso de crecimiento. A mí me gusta pensarla así, como un lugar de acogida donde encontrarás un hombro en el cual apoyarte y un abrazo que te va a permitir no comprar un ticket del metro y lanzarte. Habrá gente que no lo verá así, pero creo que ese es el mensaje de Jesús que Francisco quiere transmitir”, sostiene La Fontaine.
Ante este panorama, es lógico preguntarse hacia dónde va la Iglesia católica. “Esta es una estimación mía, pero entiendo que el papa quiere más bien una estructura eclesial de comunidad de comunidades, descentralizada, lo cual supondría una pluralización de posibles disciplinas, así como la que hubo con relación al celibato y el divorcio; a mí no me extrañaría que la evolución no sea muy lineal, sino que vaya de acuerdo con las distintas culturas”, especula Aguirre.
“Yo creo que ahí está la clave, en la personalización, en la dignidad personal; la lógica social no funciona así porque priman otros intereses de poder. Hay una frase que es muy significativa, aunque corre el riesgo de ser muy disolvente: “Comprender todo es también perdonar todo”. Cuando se analizan a fondo conductas que incluso pudiéramos considerar aberrantes, te cuestionas muchas cosas. Por ejemplo, ¿qué pasa cuando el tema de la homosexualidad se mueve hacia el terreno biologicista? Al final, creo que nuestra perspectiva cambia cuando el tema nos toca de manera personal”, opina el sacerdote.
Todos, sin excepción, somos uno con nuestra circunstancia: “A lo largo de mi vida he reforzado mi vocación al diálogo, probablemente, porque siendo zurdo me obligaron a escribir con la derecha; y siendo vasco, me obligaron a aprender castellano. A mí, muchas veces me han preguntado cómo pensando como pienso puedo estar en un grupo jesuítico; les respondo que aun con la autocrítica, he encontrado también grandes tesoros. Esa es la otra cara, aun con las limitaciones es un grupo muy rico, que atesora tradiciones muy positivas. Y como le digo a la gente: si a usted la religión le oprime, le devora, lo culpabiliza y lo hace infeliz, dele una patada a esa mesa y vaya a por otra cosa”, concluye Jesús María Aguirre, s.j.