Caída del poder adquisitivo de 14%, inflación acumulada por encima de 54% y 22,4% de índice de escasez y desabastecimiento, sirven de marco a la experiencia de compra
Gitanjali Wolfermann @GitiW
A la moneda se le atribuyen, por lo menos, tres propiedades, a saber: servir como medio de pago, como unidad de cuenta y como reserva de valor. En un entorno económico sano, las personas estimarían como una opción racional mantener su patrimonio en monedas, por ejemplo, mediante el ahorro.
En Venezuela, datos oficiales revelan que 93% de los ahorristas, que equivale a 19.000.000 de cuentas, no sobrepasa saldos mensuales de 20.000 bolívares, razón por la cual el pasado 29 de noviembre, el presidente Maduro anunció el incremento de 3,5% en la tasa pasiva, con miras a hacer más atractivo el ahorro.
Frente a un contexto inflacionario anualizado que supera 54%, la medida luce insuficiente. “El bolívar dejó de percibirse como una reserva de valor, por lo que los venezolanos buscan otras alternativas para proteger su patrimonio, como adquirir activos –carros, inmuebles, electrodomésticos- y divisas”, afirma Leonardo Vera, economista y profesor de la Universidad Central de Venezuela.
A juicio de Francisco Allen, coordinador de la unidad de análisis económico de Datanálisis, la reciente ola de consumo –debida a la reducción de precios en tiendas como Daka, Beco, Tijerazo, entre otras- no es más que “una magnificación de lo que hemos visto suceder en pequeña escala en el país a lo largo del año: el consumo se hace motivado por la oportunidad, es decir, comprar lo que se encuentre no porque se necesite, sino en previsión de un incremento del precio del producto y ante la incertidumbre de no encontrarlo en el futuro”.
El consumo funciona así como un resguardo del dinero, aunque cada vez se haga más difícil, agrega Allen. Alude al hecho de que el poder adquisitivo ha caído en el último año 14%, de acuerdo a estimaciones de la empresa Ecoanalítica. Su director, Asdrúbal Oliveros, estima que gran parte del consumo actual, especialmente en la clase media, se sostiene gracias a una dependencia mayor del crédito.
Oliveros opina que en estratos más bajos, aproximadamente 80% del país, el consumo es posible entre otras cosas, porque el Estado aglutina a más de 7.700.000 beneficiarios directos, entre empleados públicos, contratistas y miembros de las distintas misiones. Sin embargo, afirma que cada vez se reduce más el gasto público, que en 2012 llegó a acumular un déficit de 15,5% del PIB. “No es una medida fácil de tomar, porque cada punto que se reduce, es una persona que deja de percibir un incentivo”, señala.
Ajustes graduales
En el período 2008-2010 comenzaron a evidenciarse los primeros ajustes en el consumo del venezolano, en parte como consecuencia de una merma de 5,7% en el índice de salarios reales según el BCV, y también porque se agudizó el fenómeno de la escasez y el desabastecimiento, que a diferencia de la inflación, eran relativamente desconocidos para el consumidor venezolano.
La escasez –falta absoluta de un producto-, que rondaba alrededor de 5% en 2003 antes de la implementación de las medidas de control de precios en los alimentos de la canasta básica, llegó en 2008 a 24,70%, su punto más alto en la historia reciente.
Datos del Banco Central evidencian que los rubros sobre los que incide la escasez con mayor fuerza, son justamente aquellos sujetos a la medida de regulación, esto es alimentos y más recientemente –desde abril de 2012-, productos para el cuidado personal y la limpieza del hogar.
“El consumidor venezolano, que en general privilegia la calidad normalmente atribuida a las marcas reconocidas, comenzó a estar limitado en términos de su poder adquisitivo y en términos de abastecimiento. Empezó a comprar en mayor proporción lo que encontraba y podía costear, más que aquello que deseaba adquirir”, afirma Allen.
Por su parte Luis Maturén, gerente general de Datos, sostiene que el consumidor nacional sigue discriminando por marca, de hecho sus estudios demuestran que 65,9% de los compradores venezolanos busca marcas reconocidas.
La novedad estriba, explica Maturén, en que el venezolano ha configurado una escala de marcas en su patrón actual de consumo. “Ante la ausencia de su marca preferida, migra a otra marca conocida. Si el consumo del producto es inevitable, por ejemplo, medicamentos, entonces opta como tercera opción por una marca desconocida o genérica. Como último recurso ante la escasez del producto, migra a otra categoría buscando nuevamente una marca reconocida”.
Son 10 Bs + 5 horas
Ángel Alayón, economista y director del portal Prodavinci, señala que se tiende a subestimar el verdadero impacto de la inflación, ya que a su juicio, en un contexto de escasez y desabastecimiento, el precio real de los productos equivale a sumar su valor nominal más el esfuerzo que toma conseguirlo.
“En un contexto de desabastecimiento, cuando se suma el costo de oportunidad asociado a la búsqueda y compra de un artículo al precio nominal, vemos que terminamos pagando mucho más”, señala Alayón, quien agrega que si el contexto es de escasez, entonces del precio de un producto es, sencillamente, infinito.
Alayón sostiene que los recientes hábitos de compra del venezolano se ajustan al modelo estudiado por János Kornai –profesor de economía húngaro especialista en sistemas económicos en contextos de escasez-, el cual se basa en una dinámica de compra cíclica.
El primer escenario, explica Alayón, es el ciclo ideal que comienza con la búsqueda del bien, con su disponibilidad en cantidades suficiente y finaliza con la compra. Un segundo escenario prevé que el producto está disponible pero en cantidades limitadas –Alayón se refiere al racionamiento como el hijo no deseado de la escasez-, en cuyo caso inicia un ciclo de opciones: hacer una cola, buscar en otro establecimiento, pagar con sobreprecio, etc.
Cuando no hay disponibilidad, es decir, hay escasez del producto, se da un tercer escenario que deriva en cuatro nuevas opciones: la primera, realizar una sustitución forzada de la marca o de la categoría; la segunda, iniciar una búsqueda permanente del producto, con los costos de oportunidad de eso implica; posponer el consumo como tercera opción y finalmente, abandonar del todo la compra.
Como dato, Luis Maturén señala que para mediados de 2013, el consumidor venezolano visitaba en promedio 3,2 establecimientos para abastecerse. “La experiencia de consumo del venezolano dejó de ser óptima, ya que el entorno promueve una situación en la que se altera el patrón de consumo habitual, lo cual afecta el bienestar del individuo”, afirma Alayón.
Al respecto, Roberto León Pirilli, director de la Alianza Nacional de Usuarios y Consumidores, sostiene que esta situación es una violación a derechos consagrados en la Constitución Nacional en favor de los consumidores. “El derecho a elegir -artículo 117- señala claramente que tenemos derecho a optar entre bienes y servicios de calidad. Cuando solo encontramos una opción, no tenemos chance de elegir”, asevera.
Medio sueldo es para comer
Cifras de Datanálisis evidencian que durante el 2013, 45,3% del gasto familiar se dedicó a la alimentación. “Si se suman otros gastos inamovibles como cuidado personal y salud, la proporción sube a 60%”, indica Francisco Allen. De acuerdo a sus estudios, solo un 2,8% de los ingresos se dedica al ahorro y 1,7% al pago de deudas.
Por su parte, Maturén agrega que en 2013 se afianzó la tendencia a “hacer potes” para costear los gastos del hogar. “Hasta 2010, en 43,4% de las familias encuestadas el jefe del hogar cubría la mayoría de los gastos. Desde 2011 se refleja como tendencia que todos los miembros aporten para cubrir los gastos comunes”.
Los estudios de Datos también reflejan que durante el 2013, mientras se mantuvieron estables los niveles de consumo de alimentos y productos de cuidado personal, cayó 12% la penetración –personas que afirmaron usar un producto- en el rubro de cosméticos, específicamente base de maquillaje, tintes para cabello, lápiz labial, rubor, sombra de ojos, rímel y cremas faciales.
“Lo que llegue a los anaqueles, se venderá”
Allen y Marturén coinciden en afirmar que de continuar un contexto como el actual, las marcas que logren mantener o incrementar su producción nacional y colocar sus artículos en los anaqueles, serán las sobrevivirán como empresas. “Aunque se prevé un año interesante para el consumo por la cantidad de obstáculos a sortear, creo que la capacidad de amoldarse del venezolano hará que la balanza se incline hacia la adaptación antes que al colapso”, opina el gerente general de Datos.

Por su parte, Allan estima que de continuar o reforzarse las medidas económicas actuales, el panorama para el consumidor será aún más complejo. “Menor variedad en productos y marcas. Veremos solo las presentaciones más rentables, y se incrementará la presencia de marcas esporádicas a otros rubros además de los alimentos, donde ya ocurre con frecuencia pues obedece a importaciones puntuales para abastecer el mercado”.
Con la aprobación el pasado noviembre de la Ley para el control de los costos, precios, ganancias y protección de la familia venezolana, Alayón asegura que el Gobierno ha decidido aplicar un modelo de reducción forzada de precios, con base en presunciones de usura y especulación.
“No se puede bajar la inflación por decreto. Si no se atienden las causas macro y microeconómicas, no surgirá un entorno donde las ganancias sean competitivas”, apunta el director de Prodavinci.
Agrega finalmente Alayón que “nadie ha podido vencer las leyes de la oferta y la demanda: los productos siempre terminan encontrando la manera de que su costo real, refleje la verdadera escasez”. Cabe destacar, que a idéntica conclusión llegó Kornai, hace ya más de medio siglo.