Hace 16 años, Madrid le abrió las puertas a Miguel Ferrari y le enseñó la frase búscate la vida. Buscó con ilusión e intuición y encontró un Goya, el primero para un director venezolano
Gitanjali Wolfermann @GitiW
En 2014 Miguel Ferrari tomó 60 aviones. Una semana en Tokio, una en Minneapolis, otra en San Francisco, y así. “Hace años, viajar era una experiencia trascendental pero hoy se convirtió en algo rutinario”, reflexiona en voz alta el director de cine venezolano justo antes de contar la experiencia de su primer viaje a bordo de un barco que, tras 12 días de travesía, lo llevaría a conocer a su familia.
“Nunca imaginé cuando escribí las primeras líneas del guion de la película, que esa historia me llevaría a conocer tantos lugares”, admite Ferrari. Si se mide el éxito de Azul y no tan rosa en números, hay que comenzar por destacar las más de 600.000 personas que acudieron a las salas de cine en Venezuela para ver la película, todo un récord para el cine nacional.
A nivel internacional, la cinta tendrá siempre el honor de ser la primera película venezolana en merecer el premio Goya a la Mejor Película Iberoamericana, además de ser acreedora de otros 15 reconocimientos en festivales alrededor del mundo. Ahora, a nivel personal, el galardón se lo lleva la intuición de Ferrari, esa que según él, nunca le ha fallado.
“Hace 16 años hice un viaje de vida. Decidí darle un alto a mi carrera como actor en su mejor momento para abrirme nuevos horizontes no solo como actor, sino como creador. Yo quería contar historias que yo mismo propusiera”, cuenta Ferrari.
¡Búscate la vida!
La expresión la aprendió apenas llegar. “Fue un viaje que emprendí con mucha ilusión. Nunca había estado en Madrid. Me llamaba mucho la atención la Movida Madrileña, esa explosión de creatividad. En el cine ya empezaban a sobresalir Almodóvar y Amenábar. Me dije que algo muy especial tenía que estar ocurriendo en esta ciudad. No me equivoqué”.
La intuición, afirma, siempre lo ha acompañado y nunca le ha fallado. “Nada más llegar sentí que había vivido aquí toda mi vida. Me impactó el cielo azul y me identifiqué de inmediato con la energía de la ciudad. Creo mucho en la energía de la gente y esta ciudad estaba llena de luz”.
Ferrari estudió Dirección de Cine en la escuela Septima Ars. “La escuela tenía muy buena reputación y decidí venirme con la ilusión de continuar mi formación académica, pero también por todo lo que podía enriquecerme con la vida en Madrid. Hoy lo veo no como un viaje de un sitio a otro, sino como un viaje hacia mí mismo, hacia un crecimiento personal y profesional”.
Del madrileño destaca la apertura y la amabilidad. “Son personas muy abiertas y cercanas. Toma en cuenta que hace 16 años yo como venezolano era una novedad, no como ahora que consigues hasta Tostiarepas. Me sentí recibido y eso me encantó, encajó con mi visión de cómo debe ser el mundo: un lugar para todas las personas, todas las costumbres, todas las ideas”.
En sus palabras de aceptación del Goya, esas que muchos en Venezuela escucharon en directo, Ferrari dedicó el premio a su padre y le agradeció a su madre que le enseñara a mirar siempre hacia adelante, variante de lo que luego le enseñaría Madrid. “He aprendido a vivir y ser feliz con poco; a buscarme la vida como dicen aquí, a valerme por mí mismo sin depender de nadie”.
De La Guaira a Génova
El primer gran viaje de Miguel Ferrari, siendo un niño de apenas 8 años, también fue una búsqueda, la de sus orígenes. Sus padres habían hecho la ruta inversa 10 años antes, como muchos europeos que decidieron buscarse la vida en Venezuela.
“Fue un viaje muy importante y emocionante, era el viaje de un niño ilusionado por conocer a su familia: abuelos, tíos, primos. Eso era algo que no tenía y cuya trascendencia marcó mi vida. Mi papá era barbero y trabajó muy duro para poder llevarnos en barco. Eran las primeras vacaciones familiares”, rememora.
Fueron 12 días a bordo del Federico C con destino al puerto de Génova. Un video familiar, registrado en una cámara Super-8 comprada para la ocasión, conserva a duras penas los momentos más significativos del viaje: padre e hijo con sendos chalecos salvavidas; un niño sentado al borde de la piscina en la que acaba de aprender a nadar.
El paso del tiempo puede corroer una cinta magnética, pero no hace mella en la memoria. “Recuerdo cada instante del viaje, cada día que pasé allá. Recuerdo el olor que percibí la primera vez que entré en casa de mis abuelos, se quedó grabado en mi mente y cada vez que lo percibo me lleva a ese momento”.
Ferrari mira atrás y recuerda al niño que aprendió a montar bicicleta y salió al campo a recoger moras con sus primos durante esas vacaciones. Habla de la persona que conoció no solo Campobasso, sino el lugar donde nacieron y crecieron sus padres. “Ese viaje me conectó con la tierra de mis orígenes, con mis tradiciones, con la familia que me tocó”.
-¿Hablabas el idioma? “En la barbería de mi papá compraban el Corriere della Sera y cada noche él lo llevaba a casa y me hacía leerlo en voz alta. Al principio no entendía nada pero poco a poco aprendí. Cuando hicimos el viaje pude hablar con mi familia. Fue una manera muy interesante, empírica e intuitiva, de enseñarme un idioma”, evoca Ferrari. Tal parece que dejarse guiar por la intuición, esa que nos les falla, es cosa de familia.